La ley judía nos pide que en estos “días de arrepentimiento”, hagamos un esfuerzo por mejorar nuestra conducta. El caso paradigmático es el pedido de cuidarse de comer sólo pat israel, incluso quién durante el año come pat acum. Un pedido extraño y limitado a los días de teshuvá. Algo así como: “hagan buena letra” para que Dios los juzgue para bien y después vuelvan a ser como antes. De más está decir que no es posible engañar a Dios. ¿Entonces?
por Jonathan Berim – Twitter: @jonathanberim
En la entrega anterior (cuyo enlace encontrarán al final) analizamos algunos aspectos de este “engaño”. Demos ahora lugar a otros que sumarán claridad, aportarán profundidad y, lo más importante, nos ayudarán a transitar mejor está época del año.
Una de las afirmaciones más conocidas e importantes con respecto al juicio Divino, lo encontramos en el Talmud (Ierushalmi – Taanit 9b) y en los Majzorim (libro de rezos) de Rosh Hashaná e Iom Kipur donde se afirma que tres son los elementos que anulan el mal decreto: tefilá – el rezo, tzedaká – el dinero invertido en ayudar a otros y la teshuvá – el retorno al camino correcto.
¿Puede que la ley del Shulján Aruj (codigo legal judío) sobre el consumo de los panes ser sólo un mero acto de buena voluntad? ¿Y si está intrínsecamente relacionada con la afirmación del Talmud? Veamos.
El primero de los aspectos que logran anular un mal decreto es la tefilá, el rezo. Un requisito a la hora de rezar es hacerlo con “kavaná”. Esto quiere decir hacer con intención pero lleva intrínseco el concepto de la orientación, el rumbo; que en hebro se dice kivun (misma raíz que kavaná). Un rezo sin kavaná, sin una intención y una orientación, es considerado como “un cuerpo sin alma”. Palabras vacías, faltas de contenido.
Es justamente uno de los objetivos del rezo es darle un norte a nuestras vidas (así como el mismo rezo requiere de una intención propia). Mencionar y luego interiorizar qué cosas son importantes y debemos procurar y cuáles no. Desde la importancia de la salud y el sustento, hasta la sabiduría y el agradecimiento. Uno debe (o, por lo menos, debería) concluir la tefilá con su brújula recalibrada.
Cuando la ley judía nos pide una superación en estos días, no está focalizada en hacer dicho acto por los diez días y listo. Más bien para que, al menos por diez días, nos encaucemos y orientemos al crecimiento espiritual que debe guiar todo nuestro año. Recalibrar nuestra brújula.
El segundo aspecto para el éxito en el juicio está en el dinero. Esté es un recurso finito que Dios nos asigna y del cual nos pide un uso responsable. Un aspecto de este uso responsable es la redistribución: de lo uno gana, debe separar el 10 por ciento y distribuirlo entre personas necesitadas, instituciones benéficas o similares.
Dentro de este uso responsable del dinero está el destinar el mismo a las mitzvot (preceptos) que son las indicaciones que Dios nos da para superarnos espiritualmente. Muchas veces implican destinar a los mismos un dinero extra, eso es una inversión espiritual y no un gasto. Lo vemos claramente con el pedido de reemplazar el pan común por uno especial, que cuesta más, sí, pero lo vale por ser un precepto Divino. Lo mismo podemos aplicar como enseñanza para todos los demás preceptos y su importancia: desde comprar las cuatro especies para la festividad de Sukot hasta prestar dinero a quien lo necesita sin cobrar intereses por ello.
El tercer y último punto es la teshuvá o el retorno a la senda del bien. Está es una ideal maravillosa, donde todos los años tenemos la oportunidad de subir un peldaño en la escalera espiritual (ver nota al respecto). Pero como siempre ocurre con las grandes ideas, se pueden quedar en la nebulosa del potencial. La idea de materializar esa superación con algo concreto es convertir el cambio en algo cinético. Una respuesta concreta al proyecto teórico. De eso se trata: llevar a la práctica, concretar, el acercamiento a Dios.
Que podamos poner en práctica estas estrategias para retornar a la senda correcta y tener un año bueno y dulce. ¡Gmar jatimá tová!
Los diez días de teshuvá (retorno): el arte de la simulación ¿a quién queremos engañar? – Parte uno