Ierushalaim: ¿llorando por una ciudad destruida o reconstruida? ¿No es algo infantil lamentarse por una pérdida material?
por @JonathanBerim
En el año 1869, el famoso escritor norteamericano, Mark Twain visitó la Tierra de Israel y registró sus periplos en el libro: “Una placentera excursión a Tierra Santa”. Su descripción es estremecedora, un lugar inhóspito y desolado. “Fue como asistir a un velorio pero sin muerto”
Por el contrario, todo el que tuvo el mérito de visitar Israel en las últimas décadas, se ha encontrado con un país pujante, una infraestructura de primer mundo, una economía en sólido crecimiento (descartando la actual pandemia) y a la vanguardia del desarrollo tecnológico.
Con está dualidad choca la fecha del #9Av del calendario judío. El día más triste del año, dónde conmemoramos la destrucción de Jerusalem, primero por los babilonios y por segunda vez con el Imperio Romano cómo verdugo. ¿Debemos seguir lamentándonos si la ciudad fue reconstruida?
Cuenta la leyenda que poco después de la destrucción, el gran filósofo griego Platón, visitó las ruinas de Jerusalem y se encontró con el gran profeta judío, Irmiahu (Jeremías), quién vaticinó y debió sufrir en carne propia la destrucción de la ciudad y su Gran Templo.
Platón vió a Irmiahu llorando sobre las ruinas y le hizo dos preguntas. ¿Como una persona culta llora por piedras rotas y maderas quemadas? Solo los niños lloran por perdidas materiales. Más aún: la desgracia ya ocurrió, ¿por qué lloras por el pasado? Hay que mirar hacia adelante.
Irmiahu comenzó su respuesta inquiriendo si tenía algún tema filosófico complejo que no ha podido resolver aún. Platón le dijo que tiene muchos pero que no cree haya ser humano sobre la faz de la tierra que tenga las respuestas que busca.
El profeta judío le pidió que le transmita sus inquietudes y le contesto todas y cada una de ellas dejándolo obnubilado por la apabullante demostración de sabiduría. Luego del shock inicial Irmiahu procedió a responder: toda esta sabiduría la recibí de estas piedras y maderas.
Y sobre tu segunda pregunta, voy a evitar transmitirte la respuesta ya que, debido a su complejidad, lamento que no la podrías comprender.
La destrucción se manifestó con maderas quedadas y piedras destrozadas pero es mucho más que eso. Dios es sabiduría, inspiración y alegría. La caída de Jerusalem y la pérdida de Beit Hamikdash, significó y significa la desconexión de la humanidad con Dios y con lo que representa.
Desde la destrucción perdimos: la profecía, los milagros y toda conexión irrefutable con Dios. Es esta la desconexión que lamentamos. No unos ladrillos rotos. Es por esto también que la Jerusalem de hoy nos reconforta y enorgullece pero lejos está de compensar la pérdida.
Que pronto veamos restaurada esta conexión especial con Dios y el día de duelo de #TishaBeAv se convierta en un día de júbilo y regocijo.