¿La falta de respeto merece la pena de muerte? ¿Hasta qué punto es importante la autoestima para el desarrollo del hombre? ¿Cómo se debe manejar la dinámica maestro alumno? ¿Como se logra un desarrollo intelectual pleno?
por Jonathan Berim – Twitter: @JonathanBerim
(basado en una charla del Rab. Itzjak Lorentz shlita)
Estamos en la cuenta del Omer, período que conecta las festividades de pesaj y shabuot. Fue precisamente en esta época, cuando murieron en una fulminante epidemia los 24.000 discípulos del renombrado sabio judío Rabí Akiva (por eso las costumbres de duelo que acompañan este periodo).
El Talmud es extremadamente incisivo a la hora de analizar los sucesos y, si del Cielo les mandaron semejante castigo, seguro que debe haber una razón que lo justifique. Es así como en el tratado de Iebamot 62b, afirma que la epidemia se debió a que: “No se condujeron respetuosamente los unos con los otros”.
No brindarle el respeto que se merece nuestro semejante es una conducta reprochable, pero desde este punto a la pena de muerte hay un gran camino por recorrer.
El amor propio y la autoestima
El respeto es una cualidad básica del ser humano. La misma tiene dos aspectos: cuando se aplica ante uno mismo, lo que deviene en el amor propio y el desarrollo de un fuerte autoestima, y para con los demás, lo que nutre la forma en que uno se vincula, respeta y hasta llega a admirar al otro.
Cuentan que una vez fue un hombre a una ieshivá (academia talmúdica) para pedir referencias sobre un posible candidato para su hija. Se encontró con un muchacho que conocía al candidato y, al pedirle referencias del joven en cuestión, recibió la siguiente respuesta: “Yo en el estudio soy muy muy malo, mi comprensión en profundidad deja mucho que desear y mi conducta ética es bastante criticable. Pero sepa usted que, el muchacho por el que pregunta, es inferior a mi en todas las categorías.”
Repitamos la situación pero con un respuesta diferente: “Sobre el muchacho por el que pregunta: en el estudio es genial como el Shaagat Arie (de los más agudos talmudistas del siglo XVIII), en comprensión profunda es comparable con rab. Jaim de Brisk (creador de la escuela de estudio talmudico de Brisk) y su conducta ética es similar a la de Rab Israel Salanter (fundador de la escuela del musar -trabajo sistemático en el progreso de la conducta ética). Pero sepa usted que yo, soy superior a él en todas las categorías.”
Ambos casos están diciendo que el que informa es superior al muchacho por el que se piden referencias. Pero, dejando de lado el orgullo que puede estar demostrando, en el primer caso vemos como es incapaz de valorar a su compañero. En cambio, en la segunda oportunidad, cuanta con esa capacidad y la demuestra en sus dichos.
La falta de valoración al compañero es un muestra del grave problema de la falta de valoración propia. Es imposible que la persona desarrolle el potencial que Dios le otorgó sin contar con dicha cualidad.
El maestro como ejemplo a seguir
El midrash cuenta que cuando Dios le iba a entregar la Torá a Moshé, le mostró proféticamente a todas las generaciones futuras. Cuando llegó a Rabí Akiva, Moshé vio como llegaba a desarrollar incontables ideas basándose (incluso) en las coronas que “adornan” las letras del libro de la Torá. Maravillado por semejante grandeza Moshé llegó a pensar que quizás era mejor que sea Rabí Akiva quien reciba la Torá y no él.
La figura del maestro debe ser un ejemplo a seguir, alguien distante pero alcanzable. ¿Quién se animaría a estudiar con el Gaon de Vilna (descomunal genio del siglo XVIII)? De solo pensarlo uno se siente acobardado.
El Staipeler no hubiera podido guiar al mundo que dejó, transcurridos 5 años desde su fallecimiento. Hacía falta la llegada del rab Shaj para ocupar su lugar. Cada maestro debe ser el adecuado para sus alumnos. Si es demasiado grande, la conexión se transforma en desesperanza y abandono.
Los alumnos de Rabí Akiva tuvieron como maestro a una personalidad única y elevadísima, lo que, sumado a la falta de valor propio causó una desconexión irreparable.
Construyendo su propio camino
En los primeros años de la relación maestro alumno, el alumno debe absorber de su maestro todo lo que le sea posible. Superada esta primera etapa, el alumno debe usar las herramientas que el maestro le brindó para desarrollar su propia manera de pensar.
Rab Jaim Soloveitchik (de Brisk) tuvo grandes alumnos. Tres de los más conocidos fueron: Rab Shimon Shkop, Rab Itzjak Zeev Soloveitchik y Rab Baruj Ber Lebowitz. Al acceder a las obras que estos tres grandes pensadores nos legaron, es prácticamente imposible deducir que tuvieron un mismo maestro. Cada uno tiene un estilo y análisis diametralmente opuesto a los otros dos. ¿Por qué? Porque llegado un punto de su evolución educativa, se independizaron y desarrollaron sus pensamientos propios.
En la Torá hay una letra por cada judío. Esta afirmación implica que existe una porción de la Torá que cada judío debe desarrollar. Esta es una tarea personal e irremplazable.
Contó rab Guedalia Aizman (el longevo mashgiaj – supervisor espiritual- de la Ieshivá Kol Tora de Ierushalaim) sobre la juventud Rab Rafael Reuven Grozovsky (a quien conoció en la ieshivá de Kaminetz en Europa): “Mientras estuvo en Europa, era un fiel seguidor y alumno de su suegro, Rab Baruj Ber Lebowitz. No se destacó en la originalidad del desarrollo de ideas propias. Pero cuando se radico en Norteamérica, su sabiduría comenzó a brotar como un manantial y fue desde ese momento que desarrolló su estilo único y excepcional que vemos reflejado en sus obras.”
Recién cuando el alumno toma las herramientas que recibió de su(s) maestro(s) y le agrega su propia capacidad, logra la plenitud intelectual. Eso es la Torá Oral, se transmite de maestro a alumno y cada generación hace su aporte.
La guemará desarrolla y amplia las ideas planteadas en la mishná (juntas forman el Talmud). Así también, cada generación tiene la tarea de continuar desarrollando la Torá que recibió como legado de sus maestros. La nueva generación se convierte en la “guemará” de la generación precedente (que pasa a ser la “mishná” – la parte que marca las bases pero queda estática).
Los alumnos de Rabí Akiva, por su falta de autoestima, por su lejanía a su maestro y su consecuente falta de originalidad, eran simplemente “repetidores” del maestro. Interrumpían el desarrollo histórico de la Torá Oral. Hubieran provocado el fin de la misma. Estancaron toda posibilidad de progreso. Hizo falta una renovación total para mantener viva la cadena eterna de las transmisión y desarrollo del judaísmo.
Quiera Dios que podamos aprender de lo errores de ellos y desarrollar nuestra parte en esta infinita, hermosa y necesaria cadena del estudio de la Torá.