Durante estos días aumentamos en calidad y cantidad el cumplimiento de mitzvot, mejoramos provisoriamente nuestro temperamento, ¿de qué sirve toda esta “actuación”? ¿acaso queremos “embaucar” al Creador del mundo -Dios no lo permita?
por Jonathan Berim – Twitter: @JonathanBerim
El proceso de acercamiento a Dios que comienza en Elul, tiene 10 días sumamente especiales llamados los diez días de teshuvá (retorno) que comienzan en Rosh Hashana y culminan en Iom Kipur. Estos días se caracterizan por un refinamiento temporal de la conducta que no es una mera costumbre, sino que es ley.
Así lo dictamina Rabi Iosef Caro en el Shuljan Aruj (capítulo 603, halajá 1): “Incluso quien [durante el resto del año] no se cuida de [comer] panes de acum [panes que no contienen ningún elemento que los inhabilite como kasher pero están prohibidos parcialmente por decreto rabínico], en los diez días de teshuvá debe cuidarse”. El Jaie Adam (regla 143) – cuyo aniversario de fallecimiento cae justo en estos diez días-, indica que si bien el Shuljan Aruj especificó sólo una ley, lo mismo aplica a todos los aspectos de las vida donde uno puede alcanzar una mejoría.
Si algo está prohibido, la prohibición debería regir todos los días de año. Si no está prohibido, está permitido. ¿Cómo es entonces que el Shuljan Aruj crea “prohibiciones temporales”?
El objetivo es que nuestro comportamiento durante este periodo de juicio Divino sea el mejor posible. Si un juez humano nos da un periodo de evaluación para decidir el veredicto en base a nuestra conducta, todos trataríamos de “hacer buena letra”, de conducirnos de la mejor manera para salir airosos del juicio y, una vez recibido el dictamen, volver a nuestro comportamiento habitual.
Ahora bien, tratándose del Rey de Reyes, quien todo lo sabe y se encuentra por encima del tiempo, de nada sirve tratar de engañarlo. Y si se trata de engañarse a uno mismo, ¿qué vamos a lograr con ello?
Con respecto a Dios, Él mismo estableció las pautas de conducta con las que se vincula con la humanidad. Una de ellas se conoce como “en donde se encuentra” y se aprende la porción de la Torá que se lee justamente el día del juicio Divino, Rosh Hashana.
Ishmael, patriarca de la pueblo árabe, se encuentra agonizando con fiebre en la mitad del desierto y Dios envía un ángel para salvar al joven “en donde se encuentra”. Explican nuestros sabios que ésta frase no tiene una connotación espacial sino temporal. Dios juzgó a Ishmael por su inocencia al momento del relato y no por todas las desgracias que iba a provocar en el futuro al pueblo de Israel (Rashi en Vaierá 21:17).
Así también Dios optó por juzgar a cada individuo “en donde se encuentra”. Por el presente y no por acciones futuras. Es por eso que, incluso mejoras momentáneas, ayudan a salir bien parados del juicio Divino.
Así mismo, Dios se conduce con cada ser humano de la forma en que dicho ser se conduce con Dios y con los demás. Buscamos comportarnos extremadamente bien para que la respuesta Divina también lo sea (Birkei Iosef inciso 1 y Rabeinu Manoaj en ‘Leyes de jametz y matza’, cap 1, ley 5).
Ahora bien, si profundizamos un poco, veremos cómo estas mejoras pasajeras son esenciales en la superación humana que es, a fin de cuentas, el objetivo anhelado y perseguido.
Rab Desler cuenta (Mijtav MeEliahu 2, hoja 56) sobre un conocido que decidió estudiar las cualidades humanas y buscar perfeccionarlas. Para comenzar, eligió analizar la cualidad de la glotonería, el hambre y los deseos que impulsan al ser humano a la misma. Logró entenderla en su totalidad, qué la caracteriza, qué estímulos emite, qué provoca químicamente en el sistema nervioso de la persona, como lucha el organismo contra dichos impulsos y finalmente, cómo se sacia la necesidad generada.
Su comprensión fue total. Pensó entonces que también su control sería total. En ese momento se le presentó una comida tentadora que no debía comer y se desataron en él todas los pasos que tanto analizó. Percibió una a una todas las reacciones pero le fue imposible evitar satisfacer la necesidad por mucho que quiso.
La distancia más grande que hay en el ser humano son los 30 centímetros que unen el corazón con la cabeza. Los deseos con los pensamientos. Es así como todas nuestras buenas voluntades de cambio y crecimiento que suelen acompañarnos en este proceso de las Altas Fiestas, terminan naufragando. Son compromisos puramente intelectuales.
Es ahí donde surge el consejo de nuestros sabios de mejorar nuestro accionar en los diez días de teshuvá. Incluso que sea un cambio pasajero, el mismo logrará asentar nuestros compromisos y poder, finalmente, mantenerlos a largo plazo para lograr transformarnos en mejores personas. Como dice el Sefer HaJinuj: “Ajarei hapaeulot nimshajim halebabot – detrás de las acciones son arrastrados los corazones”.
Quiera Dios que podamos reducir la distancia entre nuestro cerebro y nuestro corazón para materializar los cambios y mejorar como seres humanos.
Gmar jatima tova!